Espíritus perversos
/De la triple clasificación que hicimos ayer vamos a comenzar por la última clase, los demonios, los "espíritus malos", engendrados por la unión de los ángeles con las mujeres.
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De la triple clasificación que hicimos ayer vamos a comenzar por la última clase, los demonios, los "espíritus malos", engendrados por la unión de los ángeles con las mujeres.
Read MoreVemos hoy la influencia del orfismo y del platonismo popularizado en la difusión por el mundo dominado por la lengua griega de la idea de la existencia de démones y demonios.
El orfismo era más bien una suerte de religión de pequeños grupos esotéricos dentro del mundo griego pero llamados a extender su influencia más allá de los conventículos estrictos de adeptos, sobre todo a través de los filósofos itinerantes, o predicadores que mezclaban ideas órfica con los aspectos más místicos de la filosofía de Pitágoras, por lo que en general se los designa como pitagóricos. Para estos personajes Pitágoras, el filósofo y matemático, era casi como una figura divina y su “religión” o misticismo giraba en torno a especulaciones sobre la idea del Uno, el primer número y el primer principio en la constitución del universo.
La tradición religiosa órfica se fundamentaba en un mito en el que los Titanes desempeñaban un papel primordial. Aunque esta leyenda tiene muchas variantes, las líneas generales respecto a lo que ahora nos interesa eran como sigue: durante la lucha de Zeus contra los Titanes, éstos logran apoderarse de uno de los dioses jóvenes, Dioniso (el Baco romano). Lo atraen con los reflejos de un espejo, lo conducen aparte, lo matan desgarrándolo y lo devoran. Palas Atenea logra rescatar el corazón del joven dios y se lo presenta a Zeus.
Zeus siente pena por lo ocurrido, y unido a una joven semidiosa, Semele, engendra a un nuevo Dioniso, a la vez que se torna contra los malvados Titanes, y acaba con ellos lanzándoles terribles rayos. Pero de las cenizas de los Titanes nacen otros seres, que son los humanos. Como los Titanes habían devorado a Dioniso, es decir habían incorporado dentro de sí algunas partes buenas de los dioses olímpicos, sus cenizas comportan también algo bueno. Los seres humanos, engendrados de las cenizas titánicas tienen, por tanto, una parte buena que procede en último término de Dioniso-, el alma, y otra mala (procedente de manera directa de los Titanes), el cuerpo.
Con este mito se introduce en Grecia otro tipo de dualismo también muy acusado. Según esta concepción, el alma, lo espiritual, lo dionisíaco, es bueno; y el cuerpo, lo material, lo titánico, es malo. Con el correr de los siglos este dualismo órfico, típicamente griego, se extenderá por el Mediterráneo por la influencia y el atractivo que irradiaba todo lo helénico- y en muchas almas piadosas se unirá a nociones dualistas que proceden en último término del dualismo iranio.
Pero mientras éste tenía un carácter marcadamente ético (el Bien y el Mal en el hombre se reducirán a elecciones de la voluntad influenciada evidentemente por esos principios), el dualismo griego mostrará un talante marcadamente cosmológico: en el ser humano –quiéralo o no- se produce una oposición entre la materia (mala) y el espíritu (bueno). Estas concepciones tendrán más tarde, heredadas y bien recibidas por el judaísmo y el cristianismo, consecuencias incalculables en estas dos religiones tanto en la concepción del Diablo, el Mal, como en las ideas religiosas en general sobre el mundo, la naturaleza del hombre y las nociones sobre el más allá.
En lo que respecta a la creencia en los demonios, el orfismo contribuyó sobremanera -al expandir este dualismo de alma y cuerpo- a que la gente sencilla sintiera que los espíritus malignos (titánicos) son seres apegados a lo material, que utilizan la materia, que es mala, para hacer daño a los humanos.
La filosofía de Platón, muy espiritualista, heredera de los órficos en las nociones sobre la composición dual del ser humano –alma y cuerpo-aceptó en líneas generales la existencia de los démones, o espíritus en los que creía el pueblo y los incorporó a su sistema cosmológico, con lo que otorga un respaldo "científico" a las creencias populares.
Según el filósofo ateniense, la divinidad es el Bien Supremo y habita más allá del Universo en un mundo sublime y aparte, intelectual - espiritual. El ámbito que existe entre la divinidad y los hombres está poblado de démones o dioses secundarios, que hacían de intermediarios entre la alejadísima y trascendente divinidad y los seres humanos. En la época de nacimiento del cristianismo y en lo que se refiere a su conocimiento y aceptación por las gentes sencillas del pueblo, la filosofía platónica había sido concentrada en máximas elementales, y era expandida por innumerables “filósofos” o charlistas que entretenían a las gentes en plazas y mercados.
Junto con otros principios, también elementales, de la ética estoica, la fía platónica se había popularizado hasta extremos insospechados y había llegado a ser conocida hasta por las capas más bajas de las poblaciones helenizadas: en estos años en torno al surgimiento de Jesús se aceptaban en general estas ideas sobre los démones como semidioses, que habitaban en el cielo más abajo de la luna. De estos démones, unos eran buenos y otros malos. Unos procuraban beneficios y otros, daño.
También se creía que las almas o espíritus de ciertos difuntos se transformaban también en démones. Como tales espíritus estaban en contacto con el mundo de los hombres y de la materia podían haberse degradado y corrompido, y ser fuente para los humanos de toda suerte de desgracias. De hecho, para el pueblo, el demon acabó casi siempre en personificación de lo más cercano a la materia, de lo malo (¡dualismo órfico aceptado por el platonismo!), de lo funesto y fatal, a la vez que se dejaba para las divinidades superiores, alejadas del mundo material, el origen de todo lo bueno en este mundo.
En los casos de peligros y desgracias los griegos creían que los hombres debían aplacar a los démones o contrarrestar los efectos funestos de su influencia o acciones con ritos mágicos o suplicar remedio contra ellos a las divinidades superiores. Con estas concepciones se reforzaba aún más el dualismo que asociaba lo malo con lo inferior, lo material, y lo bueno con lo superior, lo alejado, lo espiritual.
Más tarde, en el judaísmo y en el cristianismo y en lo que respecta al Diablo, este mundo conceptual dualista que se había extendido por doquier habría de ayudar a la formación del concepto de un ser no tangible, más o menos espiritual, pero malvado y dispuesto siempre a luchar en pro de la materia, lo antiespiritual, lo alejado de la divinidad, y contra todo lo verdaderamente espiritual.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
La religiosidad griega, por su parte, creía en demonios desde tiempos inmemoriales, tanto que es la lengua helénica la inventora de la palabra: demon y daimonion. Desde tiempos del poeta Homero (s. VII a.C.) se designaba con estos vocablos los poderes superiores al hombre o las fuerzas divinas hacia el exterior.
En un principio se percibía muy poco la diferencia: en general todo poder superior entre las divinidades del panteón olímpico y el ser humano era un "demon". Estos démones son en sí mismos neutros; pueden ser buenos o perversos; guiar correctamente al hombre conforme a la razón -el demon que creía tener Sócrates en su interior, y que le indicaba lo que debía hacer- o conducirle a la perdición, acarrearle desgracias o enfermedades. Esta dualidad representa, como ocurre en otras religiones, la ambivalencia con la que los humanos se imaginan a los dioses.
Así Hefesto -Vulcano para los romanos-, por ejemplo, poseía una naturaleza terrorífica: si por un lado era el dios de la industria y del saber metalúrgico, por otro significaba la indomeñable fuerza destructora de los volcanes y el misterioso y aterrorizante poder asociado con antros, cavernas y montañas. Afrodita, la sensual diosa del amor, era en ocasiones la causante de la locura más salvaje, perniciosa y desgraciada.
El origen de otras fuerzas maléficas se halla también en una cosmogonía relativamente parecida a la mesopotámica y quizás influida por ésta. Resumamos brevemente esta historia. En un principio Caos engendra a Urano -el Cielo- y a Gaia/Gea -la Tierra-. Durante tiempos y tiempos ambos yacen en un abrazo perpetuo. Tienen descendencia naturalmente, pero de modo que ésta se siente comprimida y abrumada, sin ámbito vital, continuamente dentro del seno de la madre Tierra, cubierta sexualmente sin descanso por el Cielo.
Gaia decide liberarse y liberar a sus hijos de esa continua opresión: forma una hoz y se la entrega a uno de sus hijos, Crono -el Tiempo-, quien ataca a su padre y lo castra. Gracias a esta acción termina ese continuo abrazo sexual entre Urano y Tierra, y ambos pueden separarse. Con ello comienza la vida del universo. Caos, una vez cumplido su cometido primordial, se retira de la escena a un apartamiento solitario y casi perpetuo. De la sangre de los genitales de Urano nacen doce seres monstruosos, los Titanes, seres divinos pero inferiores, que albergan desde su nacimiento un odio profundo hacia el resto de los dioses.
Crono se une a una de sus hermanas, Rea, y engendra de ella a una serie de hijos: éstos son, como en Mesopotamia, las divinidades jóvenes, los Olímpicos, destinados a suceder a los antiguos dioses primordiales. Pero así como Urano, con su continua actividad sexual, no dejaba escapar a sus hijos del seno de Gaia, Crono, el Tiempo que todo lo consume, va devorando uno a uno a sus propios hijos.
Rea, siente una enorme pena y urde una estratagema para salvar a su predilecto, Zeus, que iba también a ser devorado. En vez del tierno dios, Crono ingiere una roca, engañado por su esposa. Zeus sale entonces de su escondrijo y mata a su padre. Esta acción enfurece a los Titanes, hermanos de Crono, que se aprestan a vengarlo luchando contra Zeus. Pero son vencidos y encadenados por éste en el mundo subterráneo. Desde allí, envidiosos, malhumorados y amargados por su derrota, procuran enviar al cosmos todo el mal que pueden, por lo que pronto se van identificando con el Mal en sí.
Otro monstruo, Tifón, interviene también en la lucha como aliado de los Titanes. Fue creado por Gaia, consorte de Urano, para vengarse de Zeus por la derrota de sus otros hijos, los Titanes. Tifón vive bajo tierra y su cuerpo -de caderas abajo- está formado por dos terribles serpientes, a la vez que de sus hombros nacen multitud de otros reptiles espantosos. Tifón se aparea con Échidna y tiene con ella otros innumerables monstruos maléficos, entre ellos la Hidra y el can Cerbero, guardián de las puertas del Hades, el Infierno.
Así pues, junto con dioses buenos y por una cierta necesidad del Caos primordial surgen divinidades malas, que con el tiempo acabarán convirtiéndose en demonios. Todo ocurre si el universo de dioses y hombres hubiera de estar compuesto por necesidad de una parte buena y otra mala, como si el Bien y el Mal no pudieran existir el uno sin el otro.
La mitología griega contaba con otra serie de dioses malvados, divinidades inferiores, que se encuadran perfectamente dentro de la categoría de demonios perniciosos. Entre ellos destacan:
• Las Ceres, espíritus casi siempre malhumorados, con terribles garras y horrible faz, cuya boca estaba siempre ávida de la sangre de los muertos;
• Lamias, parecida a la Lilitu mesopotámica, que procuraba la muerte nocturna de los más tiernos infantes;
• las Harpías, horrísonas mujeres aladas, demonios de los vientos, que arrebatan a los mortales;
• las tres Gorgonas (la más terrible era Medusa), demonios del mar y de los naufragios;
• la Hidra, enorme serpiente con múltiples brazos;
• las Erinias, espíritus que vengaban a los injustamente asesinados persiguiendo a los criminales.
Aparte de los mitos cosmogónicos y dentro del mundo religioso en amplio sentido de los griegos, hallamos dos líneas de pensamiento que influyeron a lo largo de los siglos anteriores a la era cristiana en el desarrollo de las concepciones sobre los demonios: el orfismo y el platonismo popularizado.
De ellos hablaremos.
Saludos cordiales, Antonio Piñero
El mundo cananeo, sobre el que asentaron los hebreos -como dijimos y que hoy ocuparía grosso modo una buena parte de Palestina, Fenicia y parte de Siria- también creía en demonios, y la prueba está en que los textos descubiertos durante el siglo pasado de Ugarit, en Canaán, que se van traduciendo poco a poco, nos hablan de multitud de prácticas mágicas muy desarrolladas para defenderse de ellos; es decir, había en Canaán un catálogo de exorcismos y conjuros contra los demonios maléficos.
Pero no conocemos bien los diablos del mundo cananeo. Sin embargo, pensamos, que se reflejan de algún modo en los seres maléficos del folclore hebreo antiguo que debió de asumirlos. En efecto, leyendo con cuidado la Biblia y a pesar de que en el culto israelita no existía de modo oficial ninguna prescripción para defenderse de los demonios ni se habían compuesto oraciones para suplicar a Yahvé que protegiera al pueblo ante sus ataques, caemos en la cuenta de que los hebreos creían en la existencia de seres o genios maléficos.
En Levítico 17 se nos dice que los israelitas durante la travesía del desierto ofrecían sacrificios a los seirim ("los peludos"), una suerte de seres peligrosos que vivían entre las arenas o las ruinas.
También creían los primitivos judíos que por la noche circulaba una diablesa peligrosa, llamada Lilit, emparentada sin duda con el demonio babilónico Lilitu, el "Nocturno", dios también de las tormentas.
En Deuteronomio 32,17 prohíbe el legislador que los israelitas den culto a los shedim, vocablo que a falta de mayor precisión se traduce por "demonios" en general. Se piensa hoy que estos shedim serían en principio los ayudantes o el cortejo, es decir el plural del dios Shedu del panteón babilónico, que era una especie de divinidad en forma de toro que unas veces aparece como genio benéfico y otras como maléfico. El nombre de shedu se relaciona con la raíz shud ‘ser fuerte’; pero como en hebreo el verbo shadad significa ‘devastar’, para los judíos los shedim serían “los espíritus ‘devastadores’ por antonomasia”.
También en los desiertos moraban otros genios maléficos, llamados iyyim o tsiyyim (“los sedientos”), que según la imaginación popular debían de tener forma de chacales o gatos salvajes.
Según Génesis 4,7 existía un demonio llamado robets (relacionado con el rabitsu babilonio "el agazapado") que atacaba a los hombres y que en concreto fue el que incitó a Caín a matar a su hermano.
Por Levítico 16,17s sabemos que todo el pueblo creía en la existencia de un demonio poderoso, llamado Azazel, que habitaba en el desierto, y al que eran enviados los pecados del pueblo el gran día de la purificación, pecados introducidos dentro del cuerpo de un macho cabrío gracias a un acto mágico, la imposición de las manos del Sumo Sacerdote.
Así que el mundo primitivo cananeo tenía multitud de demonios, pro todavía no se veía una estructura organizada, ni un “jefe” que ejerciera el control sobre todos ellos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
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